jueves, 26 de julio de 2007

¡LIBERACIÓN SIN CONDICIONES!

¡Liberación sin condiciones!
Con los féretros de los once diputados, avanza uno más grande, el de las Farc, que siguen cavando su propia sepultura.
Luis Carvajal Basto

El Espectador
viernes, 29 de junio de 2007


Estoy seguro que con hechos como la muerte de los diputados o la bomba de El Nogal, las Farc se siguen deslegitimando y autoexcluyendo como la alternativa que alguna vez quisieron ser. Están cerrando la puerta de la paz y trancándola por dentro. Si son la “izquierda” a la que muchos se refieren, no le están dejando al país más opciones que su opuesto. Como nuestra selva es tan grande como su poder económico y su desprestigio político, nada tiene de raro que los palos de ciego que están dando terminen minando a esa organización desde adentro. No todos pueden estar locos.
En sus orígenes las Farc eran un movimiento campesino que sentía la presión de la pobreza y de algunos grandes propietarios de tierra. Se levantaron en armas contra unos cuantos gamonales, más que contra el Estado. La revolución Cubana y la teoría del foco guerrillero le sirvieron de argumento para sobrevivir. También le dieron el sustento ideológico necesario, en una época en que el marxismo representaba una opción que para muchos solucionaba las desigualdades propias del capitalismo.
Algunos sociólogos han mostrado como el progreso, el desarrollo del capitalismo y la Fuerza Pública fueron desplazando esos grupos armados por nuestras cordilleras. Algunos, con sus familias, fueron colonos de nuestras selvas. Se trataba de una guerrilla ideologizada y pobre. Hasta que llegó el narcotráfico y todo cambió. De los campesinos armados con escopetas de fisto nada queda. Bueno, nada exceptuando a Marulanda y sus recuerdos de las gallinas y marranos que les mataron en Marquetalia, como lo recordó en su sacada de clavo al iniciarse el fracasado proceso del Caguán.
A las Farc de hoy, como a muchas instituciones de Colombia, también las transformó el narcotráfico. Sus conflictos con los terroríficos grupos paramilitares parecían más disputas entre competidores por el dominio de las zonas cocaleras. El modelo de Estado socialista que reclamaban, nunca existió.
El Estalinismo se encargó de deslegitimarlo y terminarlo, de la misma manera que las Farc han acabado, ellas solas, con las simpatías de la “izquierda“ colombiana, si alguna vez las tuvieron. El modelo ruso de Socialismo no necesitó de una bomba atómica de los americanos para derrumbarse y a los chinos no les está dando empleo y mejorando el nivel de vida algún modelo ideológico, si no la competitividad de su trabajo.
Las Farc, aisladas como están de la sociedad colombiana y sin ninguna posibilidad o propuesta política que les interese, están ellas mismas condenándose a lo más profundo de las selvas y al desprecio de todos los colombianos.
El secuestro y la muerte de los once diputados no pueden calificarse como un acto de guerra. Se parece más a las masacres de los paramilitares que ellos mismos a punta de boleteo y asesinatos, ayudaron a crear. Sin conocerse detalles, tienen toda la responsabilidad de lo ocurrido.
Si se trata de códigos no escritos o de guerra, es cobardía secuestrar ciudadanos indefensos para conseguir los territorios que militarmente no pueden. Si se consideran un Estado, los colombianos prefieren una democracia imperfecta que acusa, juzga y condena, a la tortura que las Farc aplican a los secuestrados y a sus familiares. Hasta hoy, de esa tortura no los liberan los juicios o los ruegos, sino el hielo de la muerte.
Una mirada a nuestra historia como Nación revela que la sociedad colombiana desprecia las imposiciones de fuerza y las dictaduras. Las cadenas que le imponen a sus secuestrados no pueden ser más fuertes que nuestra voluntad de ser dignos y libres. Mientras tanto, no todos pueden estar dementes al interior de las Farc. A ellos van dirigidos los ruegos de los colombianos y el mio para parar tanta barbarie. Por amor a Dios, a sus familias y hermanos, si los tienen, liberen a los secuestrados.

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