lunes, 17 de junio de 2013

Paz, participación y autoridad


Por: Luis Carvajal Basto

El fortalecimiento del Estado no es uno de los puntos acordados en los diálogos pero es, claramente, uno de sus objetivos más importantes. Los problemas de Colombia no terminan con el fin de la violencia de las FARC.



En estos momentos se discute en La Habana sobre participación política. Sería un desperdicio que el análisis se redujera a la transformación de las FARC en movimiento político, teniendo tantas deudas el sistema político y los colombianos con la propia Constitución en esa materia.
La participación electoral, hace décadas, no supera los niveles del 50%.La ciudadanía poco se asocia y escasamente se expresa políticamente, es decir en el ámbito en que confluyen sus derechos y responsabilidades con los de todos: lo público. Los partidos, básicamente, reflejan expresiones e intereses parlamentarios ocasionando la reducción del espacio político al que transcurre en el congreso, ocasionando una ruptura entre la política y la opinión, fundamentalmente urbana. Los votantes, ese 50%, no toman cuentas a sus elegidos salvo en los certámenes electorales.
De otra parte, la ciudadanía poco se interesa por la ejecución y control del gasto público, los impuestos que paga, abriendo camino a la corrupción y a los carruseles. Las veedurías ciudadanas no son todavía una expresión colectiva perjudicando la descentralización que, sin participación, camina pero en una sola pierna. El pueblo o la “sociedad civil” organizada se mantienen ausentes de los asuntos colectivos y sería un engaño decir que se abstienen de hacerlo solamente por temor a algún tipo de represión o por simpatías con quienes han vetado la legitimidad del sistema político, como lo han diagnosticado por años. Es, más bien, un asunto cultural o de escasa familiaridad y desarrollo con las herramientas que proporciona la Constitución del 91.Para muchos, el Estado, el sistema político, son asunto ajeno.
Dicho de otra manera, se trata de conseguir que seamos, los colombianos, más ciudadanos, y dejemos de considerar lo público como algo que compete solo a los políticos o “a los demás”. Desde ese punto de vista, y si se tienen en cuenta la Constitución y la realidad política, las “partes” podrían declararse acordadas por anticipado. El tema de la participación no se agotará en La Habana aunque de allí puedan conseguirse elementos para un estatuto de la oposición que nos debemos.
En cuanto a la ampliación de los mecanismos de participación su reglamentación no será suficiente. La cultura participativa no trata solamente de decretos o reglas aunque tampoco pueda “madurar” sin ellos. Estímulos de todo tipo serán necesarios y también puede serlo, en un país en Paz, la obligatoriedad del voto.
En otro ámbito, la ciudadanía organizada puede encargarse no solo de hacer la veeduría sino la misma ejecución de una parte del gasto público. ¿Será que no pueden, por ejemplo, las juntas comunales, encargarse de reparaciones de pequeñas vías, parques, acometidas y algunos procesos en servicios públicos? O las asociaciones de padres, administrar y ejecutar algunos procesos del sector educativo y del entorno, infraestructura de los municipios incluida, de escuelas y colegios? Son maneras de “aterrizar” el abstracto discurso participativo.
Pero en lo que no podemos nuevamente equivocarnos es en dejar de perseverar en el fortalecimiento del Estado, comenzando por la solidez y el respeto que debe merecernos el ejercicio de la autoridad legítimamente establecida. El Estado es patrimonio de todos pero quienes más lo necesitan son los pobres y los sectores más vulnerables de la población. A nivel mundial, la crisis ha revelado dos grandes tendencias: la que propende por su minimización a ultranza y la que procura que continúe funcionando como instrumento para reducir los desequilibrios pero también para intervenir, en beneficio y coordinación con los asociados, en los desajustes y dinamización de la economía etc.
En una Colombia post conflicto necesitaremos más, y no menos, Estado. Más, y no menos, ejercicio y respeto de la autoridad. Problemas como pobreza, narcotráfico y la violencia asociada, desempleo, educación pertinente y corrupción, lamentablemente seguirán vigentes. ¿Quién más va a garantizar nuestros derechos y Libertades?

lunes, 10 de junio de 2013

Santos: ¿Reelección anticipada?


Por: Luis Carvajal Basto

A un año de las presidenciales, con excepción de Vargas Lleras, convertido por ahora en su jefe de debate, no le aparece contendor.


Con el mismo Uribe, su principal rival en el terreno político y en todas las encuestas, fuera de combate por disposición Constitucional, las presidenciales de 2014 parecen hoy, un año antes, una formalidad.
Faltando parte del presupuesto de 2013 y el de 2014 por ejecutar a Santos le aparecen, todavía, más aliados que contradictores. Apenas algunos escarceos entre  Verdes y  Conservadores dejan ver lo que será la campaña y la manera como se alinearán los sectores parlamentarios que, en su gran mayoría, respaldaran a quien observen con más probabilidades de ganar y ese, hasta ahora, es el presidente.
Por los lados de la oposición, el Uribismo no logra acreditar un candidato que recoja significativamente el arrastre de su líder mientras la  “izquierda” sigue dividida en diferentes formaciones que apenas comienzan a conversar sobre una consulta en que destacarían Clara López y Antonio Navarro, faltando una eventual representación política de la llamada Marcha Patriótica o, dependiendo de los diálogos, las FARC. Todos están, en las actuales encuestas y en la capacidad de cambiarlas en lo que falta, lejos de Santos y también de su eventual reemplazo, Germán Vargas, quien pareciera no acumular desgaste alguno sino todo lo contrario, sin romperse ni doblarse, en su paso por el gobierno, incluyendo lo que pueda pasar con los diálogos de Paz cualquiera sea su resultado.
La cosa sería Santos o Vargas, pero eso estaría garantizado si la política se redujera a la que mueven los congresistas. Las elecciones de 2010, sin embargo, reafirmaron que existen sectores de la población, fundamentalmente urbanos, que no se alinean con el voto parlamentario que se aglutina en los partidos. Eso fue la Ola verde y los 3,6 millones de votos del ahora “desaparecido” Mockus, que recogió gran parte de la inédita votación de Carlos Gaviria en una elección anterior.
Descartada la participación del procurador, la oposición Uribista queda en manos de candidatos sin suficiente reconocimiento. De acuerdo con las encuestas el voto de Uribe no es endosable pero, sin duda, podría acoger, dependiendo de las circunstancias, entre 3 y 4 millones de votos de los 9 que consiguió Santos en 2010. Enrique Peñalosa tratará de convocar  lo que queda de los Verdes para buscar convertirse en el líder de una coalición que incluiría al Uribismo.
Si las elecciones fueran hoy, con seguridad tendríamos una segunda vuelta a la que llegarían Santos(o Vargas) y el candidato Uribista o el que resulte de los sectores de Izquierda. Paradójicamente, al hoy presidente puede convenirle más competir con el Uribismo y convencer a los votantes de izquierda para consolidar un triunfo que hoy parece asegurado. Si nada extraño pasa, el proceso de paz definirá la coyuntura política entre  “amigos” y “enemigos” del proceso que se alinearán en esa segunda vuelta.
No  se debe olvidar que ahora el Liberalismo está del lado del Presidente y la pregunta para responder es si será el Partido que en la primera vuelta de 2010 apenas alcanzó 638.000 votos, su votación más baja de la historia o el que, de acuerdo con las encuestas, sigue siendo el sentimiento mayoritario entre los colombianos. Recientemente el Barómetro de las américas, por ejemplo, encontró que los simpatizantes Liberales pasaron de  18,9% en el 2010, con el hoy ministro Pardo,  a 38,6% en el 2012. Valdría la pena añadir que  en 2008 estaban en 41.3%, antes de Pardo,  en el mismo estudio, descartando actos de magia en la política contemporánea.
En cualquier caso no serán los sectores parlamentarios sino los de opinión los que van a definir las presidenciales de 2014. Los congresistas Conservadores, por ejemplo, tendrán un ojo puesto en el presupuesto y la evolución de la situación política y otro en la composición de las listas del Uribismo, pero no serán una fuerza decisiva. Si Santos logra interpretar el sentimiento Liberal, un concepto más amplio que el de partido, y aglutinar sus vertientes históricas, no necesitará de mucho más para ser elegido nuevamente. Pero un año es un año. En política, una eternidad.
@herejesyluis

lunes, 3 de junio de 2013

Venezuela: crisis y oportunidad


Por: Luis Carvajal Basto

El uso reiterado de lenguaje violento, amenazas y denuncias contra supuestos enemigos externos puede ser una forma de hacer política al interior, pero también una señal de debilidad.


Mejor buenos gobiernos y adecuadas políticas que inculpar a los vecinos por un acto de elemental cortesía y por lo que sucede o deja de ocurrir en Venezuela. ¿Valdrá la pena repetir episodios, ya conocidos, que en lugar de mejorar deterioran una relación fraterna por naturaleza?

Los problemas de nuestros hermanos venezolanos no se encuentran, mayormente, en Colombia. Qué Maduro no era Chávez, para los venezolanos, se notó en los apretados resultados de las elecciones presidenciales. Qué después de tantos años en el gobierno el proyecto Chavista evidencia desgaste, también. Qué el desabastecimiento resultante de la crisis cambiaria y los problemas de pagos están generando una nueva y negativa coyuntura en Venezuela, es evidente. Ninguno de ellos es responsabilidad de Colombia.
A Maduro se le ha crecido una débil oposición política y se observa fraccionamiento en el bloque de poder, con un Cabello que parece tener agenda propia y el respaldo de sectores importantes de unas fuerzas armadas deliberadamente politizadas. Sus declaraciones incendiarias, después de la reunión Santos-Capriles, no le dejaron mucho margen de maniobra al mismo Maduro, quien no podía aparecer, ante sus propias fuerzas, menos radical o “patriota” que aquel, amplificando la actual crisis.
El gobierno de Colombia ha actuado diplomáticamente en este episodio. No tuvo inconveniente en reconocer al nuevo gobierno y el resultado de las pasadas elecciones, pero tampoco en escuchar al líder de una oposición en ascenso que ha salido a denunciar el supuesto fraude electoral por el vecindario. Se dice, incluso, que en un acto amistoso el gobierno de Colombia notificó, sin necesidad de hacerlo, al de Venezuela previamente sobre la visita de Capriles, de manera privada. No ha respondido, y lo ha hecho bien, tampoco a tanto insulto que a nadie conviene.
El vuelo político que ha tomado la oposición venezolana, en el trasfondo de todo este asunto, puede explicarse más por los propios desaciertos del gobierno que por la intervención de terceros o por los hechos positivos de sus contradictores internos. Los resultados electorales demuestran que para desgastarse al interior del país, Maduro no necesita ayuda. Una mirada a la estructura productiva y al comercio venezolano, por ejemplo, revela que el desplazamiento, hacia el Estado del control y administración del comercio está en el origen de la actual crisis cambiaria: en un periodo de doce años, de 1999 a 2012, el gobierno triplicó su participación en las importaciones totales mientras que los exportadores privados vieron reducida, hasta casi desaparecer, su participación (inferior al 2%) en el total de exportaciones. Todo eso ocurrió en un espacio de tiempo en el que el precio del petróleo pasó de 18 a 100 dólares haciendo la crisis cambiaria inexplicable sino fuera por los desaciertos en la ejecución de políticas.
Si los problemas de Venezuela no se encuentran en Colombia, una parte de sus soluciones sí: Maduro debería considerar, más bien, que la puerta abierta por Santos a la oposición venezolana es una forma de canalizar las expresiones de un sector amplio de la población que, luego de acusarle de fraude, se muestra renuente a dialogar con él, anunciando tiempos difíciles para nuestros paisanos del otro lado del Arauca. El escenario tiene tendencia a empeorar con los precios del petróleo a la baja en 2013 por la caída en la demanda China, la recesión en Europa y los efectos de la revolución tecnológica que empieza diversificar y cambiar el panorama de las fuentes de energía.
Podrían también estimar los dos gobiernos que una forma práctica de resolver los problemas es continuar con la recuperación del intercambio comercial venido a menos por decisiones políticas desde 2010, cuando el comercio legal se redujo en más de un 70%.Reducir aranceles al comercio entre ambos países es condición indispensable pero no suficiente. Como el problema, para los empresarios colombianos, es de pagos (Si pagan en tres días los surtimos, ha dicho el presidente de FENALCO) Valdría la pena rescatar una propuesta realizada hace años por el Liberalismo colombiano, según la cual Venezuela podría pagarnos sus importaciones con petróleo, manejando las cuentas entre gobiernos, tal y como se hacía en otros tiempos con los países de la cortina de hierro que a cambio de café nos entregaban automóviles, aunque fueran obsoletos.
Las crisis son, por lo general, oportunidades. Esperemos que la dirigencia venezolana tenga la prudencia y visión necesarias para convertir esta en una.