lunes, 30 de enero de 2012

Obama y la regla de Buffet


Por: Luis Carvajal Basto

El presidente debería considerar que el discurso de aumentar impuestos no será suficiente para sacar a su país de la crisis ni para ganar las elecciones, aun en ausencia de un contendor de talla.

Pero, dadas las circunstancias, lo que se juega en realidad en los Estados unidos es el futuro del papel del Estado en todo el mundo.
Cuando el millonario Warren Buffet señaló que no era posible que su secretaria pagara, proporcionalmente, más impuestos que él mismo, comenzó la verdadera campaña presidencial en los Estados Unidos. Hasta hoy, todo parece indicar que siendo ese el eje de campaña el presidente tiene ventaja, sobre todo ahora que a uno de sus contendores le tocó mostrar una declaración de renta en que tributa menos de lo que debería.
Sin embargo, es difícil que el escenario se mantenga estático hasta noviembre, no dependiendo solo de él la manera como se desarrollará la situación interna ni la internacional, en particular la de Europa y China, íntimamente ligadas a su propia economía, y el desgaste del gobierno en un contexto en que debe cerrar campañas en Irak y Afganistán y manejar, con guante de seda, escenarios como Corea del Norte e Irán, por lo pronto. Cualquier desliz en estos asuntos hará cambiar el eje de la campaña, por lo que resulta demasiado pronto darle por elegido, como muchos parecen pensar.
Hasta ahora, el electorado entiende que el déficit fiscal fue ocasionado por los gastos en que incurrieron los gobiernos anteriores y que el declive de la economía tuvo que ver con la crisis del sector financiero, pero empieza a recordar que el presidente ya tuvo un periodo para resolverlos. En torno a ello puede situarse la discusión en los próximos meses.
Los norteamericanos quieren empleos y la economía comienza a reaccionar, pero aunque las tasas de interés se mantendrán cercanas a cero por bastante tiempo, a Estados Unidos le resultará difícil, en un mercado abierto y en el corto plazo, competir en la rama de industria con China, por ejemplo, donde la productividad es alta y los salarios bajos. ¿Cuánto pesará en los electores la advertencia cierta de sectores empresariales según la cual más impuestos significarán menos inversión y menos empleos?¿Cómo reemplazará los puestos de trabajo que se perderán por la reducción de los gastos militares?¿Cómo atenuará el efecto, en los niveles de empleo, de los avances tecnológicos?
Las elecciones norteamericanas tendrán un significado particular si tenemos en cuenta un contexto en que los sectores llamados de derechas, en todo el mundo, han cuestionado el papel del Estado en una situación de déficit fiscal de los gobiernos. En todas partes se habla de adelgazamiento del Estado y en Europa está contra la pared el modelo de gasto público como dinamizador de la economía y factor de redistribución de los ingresos. Esa es la bandera que el presidente Obama enarbola y también la que le ha permitido afrontar la crisis en un mundo sin memoria que no quiere recordar que durante casi ochenta años ese modelo permitió la supervivencia del sistema económico y político. En ese lapso pasamos de 1000 a 7000 millones de habitantes y no se puede negar que vivimos hoy mejor que ayer, aunque subsistan pobreza y desigualdades.
Más allá de una disputa entre demócratas y republicanos estará en juego el modelo del Estado. Una victoria de Obama supondrá un espaldarazo al interés general y la razón y tendrá impacto en todo el mundo. Para conseguirla, sin embargo, el Presidente debe superar la regla de Buffet, un millonario razonable que pudo entender que sin Estado, ni reglas, ni redistribución, no se pueden obtener utilidades estables, progresar y convivir en paz.
Posdata: A la discusión acerca de las corridas de toros, se suma ahora en Europa una acerca de que los pollos padecen estrés por vivir enjaulados. Vale considerar que, inevitablemente, unos y otros serán servidos en diferentes mesas sobre lo cual no se abre, hasta ahora, debate alguno.

lunes, 16 de enero de 2012


¿Por fin tendremos contralor(a)?

Por: Luis Carvajal Basto

Luego de dos contralores consecutivos sancionados por problemas de corrupción, el Concejo debe esmerarse por acertar en la elección del nuevo funcionario(a).

La escogencia del nuevo contralor de Bogotá debe producirse en pocos días por parte del concejo distrital. El asunto adquiere mayor importancia si se tienen en cuenta sus antecedentes: los escándalos de corrupción más grandes que se recuerden y sobre los que hemos conocido, casi al detalle, la manera en que los carteles de la contratación penetraron el principal ente de control de la ciudad.
Por otra parte, el Concejo ha recibido un poco comentado castigo: 300.000 votos en blanco en las pasadas elecciones, una cifra igual al total obtenido por la U y Progresistas, los partidos más votados, y cerca del 42% de los electores con los que ganó el alcalde Petro. La opinión registra y está a la expectativa de lo que el concejo haga o deje de hacer.
Existe un elemento  político adicional: las tres últimas administraciones han creído representar una izquierda que por años reclamó participación en el gobierno. En Bogotá, en el segundo cargo más importante del país, la consiguió; cuando muchos esperaban un cambio en las costumbres políticas  lo que ha ocurrido es casi todo lo contrario, cerrando el paso a los cambios y, si se quiere, desacreditando fuerzas que son indispensables para el  funcionamiento del sistema político en cuanto expresan sectores importantes de la población y puntos de vista diferentes en la tarea de gobierno.
La elección de contralor depende de la coalición mayoritaria que se forma en el concejo y la cual, a pesar de las escaramuzas propias del trajín político, liderará el partido o movimiento al que pertenece el alcalde, siendo este uno de los defectos por obsolescencia de la legislación. No es adecuado que el alcalde, o sus amigos, elijan en últimas, al funcionario que lo debe vigilar, pero mientras el sistema no cambie y tengamos contralor por voto popular, resulta utópico pensar que el gobierno, este o cualquiera, permita que la oposición se lo nombre, sin llegar a sospechosos extremos, como ha ocurrido en el pasado.
Como consecuencia de esa paradoja legal, en el pasado reciente la Contraloría general de la república ha debido intervenir a fondo en los temas de la ciudad porque la Distrital no operaba. El asunto llegó al límite en la administración Garzón cuando resultó elegido para controlarle quien antes fuera gerente de sus campañas políticas y, luego, destituido y sancionado. Lo ocurrido con Morales Russi, quien se encuentra detenido, tiene ya suficiente ilustración.
Ante la ineficacia de contraloría, personería y veeduría,  el control en Bogotá lo han ejercido periodistas y medios en vista de que el concejo tampoco ha realizado seguimiento adecuado sobre esos funcionarios, dos de los cuales son escogidos allí. No debemos olvidar que lo que conocemos de carruseles comenzó con una  valiente denuncia de  Darío Arizmendi en Caracol y, más que muchas acciones de las entidades de control, el asunto de la servilleta del que fue protagonista el director del Espectador, nos hizo reflexionar sobre la manera irregular en que se asumen decisiones de gobierno y adjudican contratos.
Como estamos en un momento en que con nueva administración muchas cosas arrancan de cero y en vista de que la bandera más importante del nuevo alcalde y, por añadidura, de su bancada liderada por el concejal Deroux, fue la lucha frontal contra la corrupción, esperamos de ellos y de todos los concejales una decisión equilibrada, objetiva y serena al seleccionar la mejor hoja de vida de la terna, en la cual se encuentra incluida, por primera vez en años, una mujer. Así debe ser, entre otras razones, porque al nuevo contralor(a) le espera la difícil tarea de recuperar la credibilidad de una institución que en los últimos ocho años la dilapidó, dejando un manto de duda sobre ella pero también sobre lo que realmente ocurrió en Bogotá en las dos últimas administraciones. Esperemos que quien resulte elegido lo pueda, por fin, contar.
Posdata: Twitter de la semana: @ernestosamperp ErnestoSamperPizano
“El Presidente Santos tiene razón, queremos una paz discreta, rápida y eficaz!”

lunes, 2 de enero de 2012

NUEVO ALCALDE EN BOGOTÁ


Bogotá con Petro

Por: Luis Carvajal Basto

El nuevo alcalde asume la tarea de enderezar el rumbo de una ciudad que ha perdido brillo pero cuyos dos gobiernos anteriores, incluido el que cuestionó recientemente, fueron elegidos por la misma corriente de opinión que le respaldó.

La ciudad que encuentra el nuevo alcalde no le es desconocida: acompañó la elección de Luis Garzón y el inicio de su campaña estuvo centrado en los cuestionamientos a la contratación y el destape de la corrupción que, como lo ha señalado  la semana anterior la contraloría, comenzó justamente con la adjudicación de la fase tres de Transmilenio en esa administración. El hecho de que su movimiento se llame ahora “progresistas”, no descarta y, por el contrario, aumenta sus responsabilidades éticas, morales y políticas. Es, también, una oportunidad para demostrar que las fuerzas llamadas de izquierda pueden administrar bien los recursos públicos y ejercer la autoridad de manera propositiva.
Si algo  probaron los escándalos de corrupción en Bogotá, es que a esta le resultan indiferentes las ideologías. Podemos suponer, con optimismo, que a la buena administración, también. Los ciudadanos, incluso quienes no votamos por él, tenemos derecho a esperar y reclamar una buena gestión en que el sistema funcione y no dependa solo de la voluntad del alcalde. Debemos hacer lo posible para que a la ciudad le vaya bien.
Los retos son múltiples, pero la ciudadanía espera con urgencia mejoras en infraestructura, movilidad y seguridad. Debemos decir que, hasta ahora, el sistema de recaudos funciona y las finanzas de la ciudad mantienen, a pesar del desangre, su solidez. La gente sigue pagando impuestos aunque ahora conoce más lo que se ha hecho con ellos. Detrás de costosas campañas publicitarias que promovían logros en gestión, se ha empezado a descubrir, agazapado, el verdadero rostro de quienes esquilman el erario.
Deberá refrendar el alcalde el discurso anti corrupción que le catapultó, contando para ello con una herramienta que ha pasado inédita en los dos gobiernos que le preceden: la Veeduría distrital, entidad increíblemente sorprendida por los escándalos en la contratación. El Veedor existe para filtrar la mala gestión en sus orígenes, para prever los focos de corrupción y anticiparse, porque cuenta con los instrumentos para hacerlo, el primero de ellos la autoridad y el interés del mismo alcalde, quien lo designa. Por demás, debe propender por una buena gestión, necesitando investirse de la confianza y autoridad administrativa requeridas. Cualquiera que vea con objetividad nuestro pasado reciente, comprenderá que es uno de los cargos más importantes a proveer. Para un alcalde no vale la excusa de  “no sabía”; nada lo excluye de su responsabilidad.
Sin embargo, el ordenamiento legal estipula que el control debe ejercerlo el concejo en el cual se estima la conformación de una coalición mayoritaria que, todo parece indicarlo, excluirá a la U y al Polo. Esa coalición, con la influencia del alcalde aunque se diga lo contrario, tiene la tarea de escoger Contralor y Personero. Sería un error imperdonable que se repitieran los errores del pasado. Después de dos contralores destituidos en línea la ciudadanía espera que algo cambie y los concejales deben considerar el mensaje ciudadano que les “castigó” con 300000 votos en blanco en las pasadas elecciones y  una tasa de participación un 10% más baja que el promedio nacional. Nada de esto puede ser indiferente al alcalde ni a los concejales que le acompañarán.
Pero lo urgente para Bogotá, no puede  desaparecer de su agenda lo importante: la ciudad requiere  una actualización del estatuto orgánico que ya cumplió su mayoría de edad y adolece, como muchas normas, de obsolescencia tecnológica. Por demás, ni la ciudad ni el país son los mismos y la política, así como las formas de corrupción, tampoco. Esta es una tarea que debe asumir Bogotá con el liderazgo del alcalde, asociado con el gobierno nacional.
Puesto en el momento preciso en que ya empezó a descubrir que ganar elecciones es una tarea diferente a gobernar, el nuevo alcalde comprenderá que una buena administración no depende solo de discursos, carga ideológica y denuncias. Conducir macro organizaciones es diferente al liderazgo electoral. Esperemos que el aterrizaje sea rápido, que su equipo funcione y que, por el bien de todos, le vaya bien.