lunes, 6 de agosto de 2012

Dos años de Santos



Por: Luis Carvajal Basto

En la mitad de su mandato, las cifras dicen que en medio de un entorno mundial de crisis Colombia mantiene su dinámica ascendente, pero, como en todos los países, la política marcha detrás de la economía y los fenómenos de opinión.


Indicadores como el crecimiento sostenido de la economía, reducción del desempleo, disminución del número de pobres, aumento de la clase media, bonanza fiscal, balanza comercial en superávit y otros, deberían ser suficientes para calificar positivamente al gobierno de Juan Manuel Santos.
Si se tiene en cuenta el entorno recesivo y la manera en que afecta a los gobiernos, generando cambios en la orientación política de muchos países, debemos decir que a Colombia le va bien, aunque desde muchas partes se diga que el bienestar tiene que ver con el precio de las materias primas y nuestra producción y exportaciones petroleras.
Sin embargo recientemente, de acuerdo con encuestas conocidas, se ha observado un deterioro indiscutible de la imagen presidencial, hecho que adquirirá mayor importancia en la medida que se defina la reelección del presidente Santos. Errores claros de política y manejo, como ocurrió con la reforma educativa y de justicia, la confrontación con el ex presidente Uribe, quien mantiene altos niveles de favorabilidad en la opinión, el aumento en la percepción de inseguridad y la fractura entre política parlamentaria y opinión pública, explican el bajón del presidente.
El fracaso de las reformas resulta difícil de entender si se consideran su inaplazable necesidad y las mayorías parlamentarias. No pueden adjudicarse a la oposición, que ejerce en Twitter y en la opinión pública, pero apenas minoritariamente en el congreso. Ha sido, claramente, un autogol del propio gobierno.
La oposición del ex presidente Uribe, explicada por el aumento en la percepción de inseguridad, era un hecho inevitable desde el momento en que el presidente nombró en su gabinete a los principales opositores de Uribe y dio un giro en la política exterior acercándose al presidente Chávez. Los dos hechos se pueden explicar con facilidad: pragmatismo, por la importancia de un comercio históricamente importante, y sentido común, ante las circunstancias internas e internacionales que proyectaban de manera preocupante asuntos como el de los falsos positivos. Lo que resulta difícil de explicar es el fracaso en la estrategia de comunicaciones del gobierno que va perdiendo frente al Twitter del ex presidente.
El divorcio entre política parlamentaria y opinión pública, que incide en la caída en la imagen presidencial, es un asunto más complejo y compromete el desgaste de nuestras instituciones. La pérdida de credibilidad en el congreso, la rama judicial y la política, por parte de sectores importantes de la población, se había expresado desde el ascenso de los movimientos cívicos en las elecciones regionales y locales, la ola verde y, recientemente, en el rechazo popular a la manera irresponsable como se tramitó la reforma a la justicia. Esa pérdida de credibilidad ha sido interpretada como una oportunidad política por diferentes sectores produciendo reacciones que van desde promover un encuentro en Medellín hasta convocar una Constituyente. Paradójicamente, el gobierno no reacciona, o lo que es lo mismo, no lo comunica adecuadamente, dando la impresión de considerar suficientes sus mayorías parlamentarias.
Y es precisamente esa opinión, divorciada hasta ahora de la política parlamentaria, la que será decisiva en las elecciones presidenciales de 2014, definiendo presente y futuro de la política en Colombia y, por supuesto, la reelección de un presidente, como todos en su posición encerrado en una jaula de cristal en la que aduladores no faltan, quien debería reconocer, ahora que no es tarde para él, equivocaciones y desgaste, haciendo un corte de cuentas en el equipo y estilo de gobierno.
@herejesyluis
Posdata:
En los procesos de formación de la opinión pública resulta inútil la discusión entre percepción y realidad. En el de percepción, son determinantes los estereotipos, conjunto de características que se aplican a una categoría de personas, sentimientos y emociones, áreas en que debería trabajar el equipo de gobierno, en lugar de presentar por la geografía nacional cifras difíciles de identificar o a las cuales la gente aplica sus propios “filtros”. Por las mismas razones también es inútil establecer si “las culpas” tienen que ver con fallas en comunicaciones o percepción de inseguridad. Se trata apenas de sumar, tratándose de asuntos establecidos suficientemente por la ciencia política, y no de algebra lineal. 

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