martes, 28 de agosto de 2012

DEFENSA DE LA DENOSTADA CÁTEDRA MAGISTRAL

Por Ruben Sanchez David, PHD


Hoy en día los soportes que permitieron el desarrollo de la modernidad en el campo de las ideas tambalean y muchos de los saberes y prácticas en los que se confió se tornan obsoletos lo que obliga a hacer un alto en el camino y a reflexionar sobre lo que se debe cambiar y lo que se debe conservar.

De acuerdo con los entendidos, en las nuevas generaciones se forjan nuevas subjetividades, es decir, nuevas creencias relacionadas con lo que nos parece que somos y lo que hacemos. Buena parte de ello se debe a la tan mentada globalización y a las revoluciones tecnológicas que dieron nacimiento a la videocultura y a la cultura del consumo desenfrenado.

El resultado de los cambios de civilización a los que asistimos sin poder evaluar con certeza sus efectos ha sido, entre otros, un debilitamiento objetivo del poder soberano que ejercían la familia y la escuela. Ni los niños ni los docentes son idénticos a lo que eran algunas décadas atrás. Los cambios producidos en las relaciones económicas y los lazos que los mercados y el consumo promueven socavan los valores tradicionales y el papel de las instituciones. Los niños citadinos ya no juegan en los parques pero frecuentan los centros comerciales.

En la actualidad se constata una casi inversión en la relación paterno filial que tiene consecuencias en la relación maestro alumno. Se ha pasado de una escena en la que el padre impartía normas, quizá autoritarias pero reguladoras, a otra en la que se idealiza al niño y se le da un status similar al de los adultos.

Antaño la familia criaba y la escuela educaba para lo que había que ser (básicamente buenos ciudadanos conocedores de un oficio). Los padres eran los agentes de socialización primaria de los niños y el aparato educativo transmitía matrices de modos de ser. En la sociedad contemporánea la publicidad asume la tarea de educar tanto a los niños como a los padres y a los maestros lo cual produce una especie de homegeneización con relación al uso de objetos nuevos y con frecuencia las solicitudes mediáticas ponen en jaque los rituales institucionales.

La infancia no transcurre ya tan almidonada como en los años 50. Su status ha variado y la subjetividad de los niños se constituye de manera distinta y sobre diferentes soportes bajo la influencia de la tecnología y los medios masivos de comunicación. El contacto cada vez más abarcativo con el mundo externo se encuentra más y más mediatizado. El lenguaje visual desborda lo transmitido por los padres y la escuela y en la sociedad los lazos tienden a ser cada vez más indirectos. Los niños y los jóvenes son hijos de prácticas y discursos cuyo monopolio parental- escolar ha sido destronado por los medios que generan una desmesurada sensación de saber y poder. Padres y maestros son considerados cada vez menos sapiens.

El flujo de imágenes que nos arrolla instaura un nuevo lenguaje social basado en la seducción y se dirige a una dimensión pulsional, no a una conciencia ideológica. En el mundo de hoy no solamente hay exceso de imágenes sino pobreza de palabras. Los mensajes mediáticos desplazan y arrinconan la noción de narratividad; los niños y los jóvenes del presente son interpelados a ser en medio de un acelerado caudal de información y se conectan rápidamente con su entorno pero sin poder abarcarlo reflexivamente. En los tiempos que corren la lectura es una operación de imágenes que se suceden indefinidamente sin dejar una huella profunda en la subjetividad lo cual tiene un impacto profundo en los métodos de enseñanza y aprendizaje.

Bajo el impulso de la perspectiva economicista, la función del aparato escolar es actualmente la de desarrollar habilidades y competencias, es decir, instruir y capacitar para conseguir rápidamente trabajo. Sin embargo, el aparato escolar, y particularmente la universidad, está constituido por espacios donde se experimenta lo diverso, donde se registra al otro y se recibe la mirada del otro. En pocas palabras, una de las funciones del aparato escolar - y muy importante - es formar cierto tipo de subjetividad.

La escuela educaba moldeando la conciencia a partir de matrices legitimadas que inscribían valores y aportaban saberes para la construcción del ciudadano del mañana. El lugar donde se llevaba a cabo la operación era el aula, espacio cerrado donde reinaba la disciplina bajo la égida del maestro. Ese mundo ya no existe. La tecnología y la posibilidad de acceder a la información desde cualquier lugar hacen que sea posible un aprendizaje móvil lo que afecta la fijeza de roles y las prácticas docentes.

En tiempos pretéritos un docente era esperado en el aula con respeto por su investidura, se le preguntaba y se lo respetaba y si ello no ocurría sentía que contaba con el saber y la autoridad para afrontar esos desafíos. Ahora el docente es interpelado por un tuteo que lo ubica simétricamente con sus alumnos que opinan tanto o más que él. En este contexto el aula como lugar de aprendizaje se transforma: deja de ser el templo del saber y se espera que reine en ella un ambiente lúdico. El saber y el poder que se reconocía al maestro y le brindaban una investidura casi sacralizada no son fácilmente reconocidos y el docente debe desplegar habilidades de seducción.

¿Suponen los cambios reseñados que la clase magistral que ha constituido hasta nuestros días la columna vertebral de la enseñanza en los centros de educación superior debe desaparecer? Ciertamente no.

La cátedra magistral como método de enseñanza nació con la misma universidad. Perteneciente al método discursivo, se centra básicamente en el docente y la transmisión de conocimientos. Su propósito es enseñar y llevar a los alumnos a descubrir las relaciones entre diversos conceptos y formar una mentalidad crítica.

Los ataques a la cátedra magistral se centran en la pasividad del alumno a quien se le pide que escuche y tome notas por lo que – dicen los expertos - el aprendizaje queda relegado a un segundo plano, de modo que la posibilidad de valorar la eficacia de la enseñanza no sería posible sino hasta realizar las pruebas del examen.

Sin embargo no todo es negativo. Entre las ventajas de la cátedra magistral se menciona el ahorro de tiempo y recursos tanto materiales como humanos cuando los grupos son numerosos y el que permite el acceso a temas cuyo estudio resultaría desalentador si los alumnos los abordaran sin la asistencia del profesor dado que los estudiantes suelen aprender más fácilmente escuchando que leyendo. Así mismo, que las clases magistrales ofrecen la oportunidad de ser motivado por profesores que poseen conocimientos sólidos de una determinada disciplina.

Las desventajas de la clase magistral con respecto a métodos de aprendizaje que exigen más recursos pedagógicos y al estudiante autodisciplina y participación, como el aprendizaje basado en problemas, son evidentes pero muchas otras le son atribuidas injustamente y en ocasiones sus aspectos negativos no proceden del método sino de su inadecuada utilización. Al igual que ocurre con otras actividades, la clase magistral es un medio correcto de comunicación si se imparte a personas que quieren escuchar y si el profesor presenta su tema de manera que motive a sus estudiantes.

En cuanto a la pasividad del estudiante en el aula y al hecho de que su papel se limita a escuchar sin tener la oportunidad de preguntar, es importante recordar que  todo proceso de comunicación supone un diálogo. La enseñanza no es una técnica sino una praxis y el profesor también aprende cuando no se aplica un saber preestablecido sobre un objeto informe sino cuando hay una implicación mutua que deja tanto al maestro como al alumno modificados después del encuentro. Ser discípulo y no simplemente alumno es efecto de la presencia y la transferencia mutua. La pasividad se rompe cuando antes de la clase el estudiante debe leer algún texto relacionado con la conferencia y cuando se permite a los estudiantes interrumpir al profesor o hacer comentarios al terminar este su exposición. De este modo el estudiante “dialoga” con autores que escriben sobre el tema abordado en clase y con el profesor en un ejercicio cuyo propósito fundamental es aprender a pensar, a reflexionar, a formar un criterio, a usar el conocimiento previo y a argumentar con la guía de un docente cuya autoridad emana del conocimiento de su materia y de su voluntad para transmitirlo. 

La disciplina y la formación de discípulos se truncan si el estudiante tiene una relación de usuario del sistema educativo porque en una relación clientelar el cliente siempre tiene la razón. Está demostrado que hasta en los juegos prima la existencia de unas reglas y de una autoridad que las haga respetar, con mayor razón en la academia donde el quehacer cotidiano se relaciona con el conocimiento científico, y que si no se siguen las orientaciones de quienes saben, no se aprende. El conocimiento se construye en procesos complejos que articulan la información con la experiencia y la reflexión. El conocimiento no se descubre y menos brota de improviso. Ya Pasteur demostró hace muchos años que la generación espontánea no existe.

El desafío en el aula es crear respeto y confianza  desde el incómodo lugar de la cátedra; establecer un lazo enriquecedor con el saber como parte de una comunidad académica a partir de una curiosidad compartida. No se trata de convocar opiniones sino de promover prácticas de pensamiento que tomen la opinión como punto de partida pero la trasciendan con evidencias que permitan argumentar con autoridad.

Rubén Sánchez David


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