DEFENSA DE LA DENOSTADA CÁTEDRA
MAGISTRAL
Por Ruben Sanchez David, PHD
Hoy en día los soportes que permitieron el desarrollo de la modernidad
en el campo de las ideas tambalean y muchos de los saberes y prácticas en los
que se confió se tornan obsoletos lo que obliga a hacer un alto en el camino y
a reflexionar sobre lo que se debe cambiar y lo que se debe conservar.
De acuerdo con los entendidos, en las nuevas generaciones se forjan
nuevas subjetividades, es decir, nuevas creencias relacionadas con lo que nos
parece que somos y lo que hacemos. Buena parte de ello se debe a la tan mentada
globalización y a las revoluciones tecnológicas que dieron nacimiento a la
videocultura y a la cultura del consumo desenfrenado.
El resultado de los cambios de civilización a los que asistimos sin
poder evaluar con certeza sus efectos ha sido, entre otros, un debilitamiento objetivo
del poder soberano que ejercían la familia y la escuela. Ni los niños ni los
docentes son idénticos a lo que eran algunas décadas atrás. Los cambios
producidos en las relaciones económicas y los lazos que los mercados y el
consumo promueven socavan los valores tradicionales y el papel de las
instituciones. Los niños citadinos ya no juegan en los parques pero frecuentan
los centros comerciales.
En la actualidad se constata una casi inversión en la relación paterno
filial que tiene consecuencias en la relación maestro alumno. Se ha pasado de
una escena en la que el padre impartía normas, quizá autoritarias pero
reguladoras, a otra en la que se idealiza al niño y se le da un status similar al de los adultos.
Antaño la familia criaba y la escuela educaba para lo que había que ser
(básicamente buenos ciudadanos conocedores de un oficio). Los padres eran los
agentes de socialización primaria de los niños y el aparato educativo
transmitía matrices de modos de ser. En la sociedad contemporánea la publicidad
asume la tarea de educar tanto a los niños como a los padres y a los maestros
lo cual produce una especie de homegeneización con relación al uso de objetos
nuevos y con frecuencia las solicitudes mediáticas ponen en jaque los rituales
institucionales.
La infancia no transcurre ya tan almidonada como en los años 50. Su status ha variado y la subjetividad de
los niños se constituye de manera distinta y sobre diferentes soportes bajo la
influencia de la tecnología y los medios masivos de comunicación. El contacto
cada vez más abarcativo con el mundo externo se encuentra más y más
mediatizado. El lenguaje visual desborda lo transmitido por los padres y la
escuela y en la sociedad los lazos tienden a ser cada vez más indirectos. Los
niños y los jóvenes son hijos de prácticas y discursos cuyo monopolio parental-
escolar ha sido destronado por los medios que generan una desmesurada sensación
de saber y poder. Padres y maestros son considerados cada vez menos sapiens.
El flujo de imágenes que nos arrolla instaura un nuevo lenguaje social
basado en la seducción y se dirige a una dimensión pulsional, no a una
conciencia ideológica. En el mundo de hoy no solamente hay exceso de imágenes sino
pobreza de palabras. Los mensajes mediáticos desplazan y arrinconan la noción
de narratividad; los niños y los jóvenes del presente son interpelados a ser en
medio de un acelerado caudal de información y se conectan rápidamente con su
entorno pero sin poder abarcarlo reflexivamente. En los tiempos que corren la
lectura es una operación de imágenes que se suceden indefinidamente sin dejar
una huella profunda en la subjetividad lo cual tiene un impacto profundo en los
métodos de enseñanza y aprendizaje.
Bajo el impulso de la perspectiva economicista, la función del aparato
escolar es actualmente la de desarrollar habilidades y competencias, es decir,
instruir y capacitar para conseguir rápidamente trabajo. Sin embargo, el
aparato escolar, y particularmente la universidad, está constituido por
espacios donde se experimenta lo diverso, donde se registra al otro y se recibe
la mirada del otro. En pocas palabras, una de las funciones del aparato escolar
- y muy importante - es formar cierto tipo de subjetividad.
La escuela educaba moldeando la conciencia a partir de matrices
legitimadas que inscribían valores y aportaban saberes para la construcción del
ciudadano del mañana. El lugar donde se llevaba a cabo la operación era el
aula, espacio cerrado donde reinaba la disciplina bajo la égida del maestro.
Ese mundo ya no existe. La tecnología y la posibilidad de acceder a la
información desde cualquier lugar hacen que sea posible un aprendizaje móvil lo
que afecta la fijeza de roles y las prácticas docentes.
En tiempos pretéritos un docente era esperado en el aula con respeto por
su investidura, se le preguntaba y se lo respetaba y si ello no ocurría sentía
que contaba con el saber y la autoridad para afrontar esos desafíos. Ahora el
docente es interpelado por un tuteo que lo ubica simétricamente con sus alumnos
que opinan tanto o más que él. En este contexto el aula como lugar de
aprendizaje se transforma: deja de ser el templo del saber y se espera que
reine en ella un ambiente lúdico. El saber y el poder que se reconocía al
maestro y le brindaban una investidura casi sacralizada no son fácilmente
reconocidos y el docente debe desplegar habilidades de seducción.
¿Suponen los cambios reseñados que la clase magistral que ha constituido
hasta nuestros días la columna vertebral de la enseñanza en los centros de
educación superior debe desaparecer? Ciertamente no.
La cátedra
magistral como método de enseñanza nació con la misma universidad.
Perteneciente al método discursivo, se centra básicamente en el docente y la
transmisión de conocimientos. Su propósito es enseñar y llevar a los alumnos a
descubrir las relaciones entre diversos conceptos y formar una mentalidad
crítica.
Los ataques a la
cátedra magistral se centran en la pasividad del alumno a quien se le pide que
escuche y tome notas por lo que – dicen los expertos - el aprendizaje queda
relegado a un segundo plano, de modo que la posibilidad de valorar la eficacia
de la enseñanza no sería posible sino hasta realizar las pruebas del examen.
Sin embargo no todo
es negativo. Entre las ventajas de la cátedra magistral se menciona el ahorro
de tiempo y recursos tanto materiales como humanos cuando los grupos son
numerosos y el que permite el acceso a temas cuyo estudio resultaría
desalentador si los alumnos los abordaran sin la asistencia del profesor dado
que los estudiantes suelen aprender más fácilmente escuchando que leyendo. Así
mismo, que las clases magistrales ofrecen la oportunidad de ser motivado por
profesores que poseen conocimientos sólidos de una determinada disciplina.
Las desventajas de
la clase magistral con respecto a métodos de aprendizaje que exigen más
recursos pedagógicos y al estudiante autodisciplina y participación, como el
aprendizaje basado en problemas, son evidentes pero muchas otras le son
atribuidas injustamente y en ocasiones sus aspectos negativos no proceden del
método sino de su inadecuada utilización. Al igual que ocurre con otras
actividades, la clase magistral es un medio correcto de comunicación si se
imparte a personas que quieren escuchar y si el profesor presenta su tema de
manera que motive a sus estudiantes.
En cuanto a la
pasividad del estudiante en el aula y al hecho de que su papel se limita a
escuchar sin tener la oportunidad de preguntar, es importante recordar que todo proceso de comunicación supone un
diálogo. La enseñanza no es una técnica sino una praxis y el profesor también
aprende cuando no se aplica un saber preestablecido sobre un objeto informe
sino cuando hay una implicación mutua que deja tanto al maestro como al alumno
modificados después del encuentro. Ser discípulo y no simplemente alumno es
efecto de la presencia y la transferencia mutua. La pasividad se rompe cuando
antes de la clase el estudiante debe leer algún texto relacionado con la
conferencia y cuando se permite a los estudiantes interrumpir al profesor o
hacer comentarios al terminar este su exposición. De este modo el estudiante
“dialoga” con autores que escriben sobre el tema abordado en clase y con el
profesor en un ejercicio cuyo propósito fundamental es aprender a pensar, a
reflexionar, a formar un criterio, a usar el conocimiento previo y a argumentar
con la guía de un docente cuya autoridad emana del conocimiento de su materia y
de su voluntad para transmitirlo.
La disciplina y la
formación de discípulos se truncan si el estudiante tiene una relación de
usuario del sistema educativo porque en una relación clientelar el cliente
siempre tiene la razón. Está demostrado que hasta en los juegos prima la
existencia de unas reglas y de una autoridad que las haga respetar, con mayor
razón en la academia donde el quehacer cotidiano se relaciona con el
conocimiento científico, y que si no se siguen las orientaciones de quienes
saben, no se aprende. El conocimiento se construye en procesos complejos que
articulan la información con la experiencia y la reflexión. El conocimiento no
se descubre y menos brota de improviso. Ya Pasteur demostró hace muchos años
que la generación espontánea no existe.
El desafío en el
aula es crear respeto y confianza desde
el incómodo lugar de la cátedra; establecer un lazo enriquecedor con el saber
como parte de una comunidad académica a partir de una curiosidad compartida. No
se trata de convocar opiniones sino de promover prácticas de pensamiento que
tomen la opinión como punto de partida pero la trasciendan con evidencias que
permitan argumentar con autoridad.
Rubén Sánchez David
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