lunes, 5 de diciembre de 2011

2011: La democracia en problemas



Por: Luis Carvajal Basto

Luego de 200 años, el régimen político asociado a la sociedad contemporánea y al capitalismo afronta una gran crisis. Pero no ha sido su principal responsable el fantasma del comunismo, como lo pronosticara Carlos Marx, ni las dictaduras que en su nombre florecieron en el amanecer del siglo 20, el fascismo e incluso el terrorismo los responsables de ella: la globalización pareciera no encontrar respuestas en los Estados Nación y a los ciudadanos parece no alcanzarles, en un mundo interconectado, la intermediación de los partidos ni la igualdad política.

Un inventario de los asuntos relevantes en este 2011 muestra que podría caracterizarse como el año de la crisis de los gobiernos. Una que comenzó en los países Árabes, reclamando apertura política, pero se reveló con más fuerza en el mundo occidental a medida que han venido pasando los meses.
En Estados Unidos, el gobierno debió realizar un gran esfuerzo para superar las consecuencias de la crisis de la burbuja que generó una inmensa desconfianza, primero en el sistema financiero y luego en la economía. El déficit fiscal en ese país se ha visto aumentado por los gastos de las guerras en Afganistán e Irak, lo que ha propiciado un debate acerca de si son suficientes para mantener al gobierno los impuestos que pagan los norteamericanos más ricos, como lo proponen Paul Krugman, J. Stiglitz, Warren Buffett y cía. o si, por el contrario, son demasiados los gastos en que el gobierno incurre, como lo plantean los ultra conservadores que de manera increíble proponen reducir el gasto público para salir de la recesión que, probablemente, se viene.

Otro tanto ocurre en Europa, donde la crisis de los gobiernos se ha observado  como la del Estado de bienestar. Grecia, España y Portugal podrían caber en esa generalización. Pero lo de Italia, donde cayó el gobierno de Berlusconi, y Francia donde todo parece indicar que relevarán a Sarkozy, hace evidente que la crisis no está asociada, de manera exclusiva, a criterios ideológicos o políticos partidistas. La crisis de los gobiernos ha tocado al mismo proceso de unidad Europea y al euro.

Sin embargo, en una y otra parte, su problema más complejo son los altos índices de desempleo ante el cual los gobiernos en déficit se quedan sin capacidad de respuesta o gasto  público, siguiendo la receta Keynesiana. En muchos países las reglas fiscales, elevadas a normas Constitucionales, les amarran las manos o, como en Estados Unidos, le restan autonomía al ejecutivo dejando las decisiones más importantes  “expuestas” al congreso o a los intríngulis y apetitos encontrados de la política interna. Francis Fukuyama, por ejemplo, ha “reaparecido”, para referirse a este asunto.

El problema del desempleo, tanto en Europa como en Estados Unidos, pareciera estar más vinculado a la globalización que ha desplazado inversión y plantas productivas a países en que la productividad es alta y las normas ambientales y los salarios bajos. Frente a ella, son escazas las herramientas de que disponen los gobiernos nacionales, tal como parecen entenderlo analistas como Moisés Naim, quien ha descrito este momento como el indicado para globalizar la política y localizar la economía.

En un escenario así, el surgimiento de un movimiento de indignados que  ocupa los parques en Madrid o Wall Street, difícilmente alcanzará un carácter global: su frustración no es comparable con la  situación de los trabajadores chinos, brasileros o mexicanos que, sin ser excepcional, han accedido a un empleo gracias a las características de la globalización, la misma que los ha quitado en otras latitudes.

Pero, aparte de los temas económicos y la crisis de los gobiernos, existen tres factores que caracterizan el momento complejo del régimen político. Ellos son la independencia de la globalización sobre la política interna, el divorcio entre partidos y nuevos movimientos sociales y el efecto de las nuevas tecnologías en las formas de representación y expresión política.

Quizá uno de los criterios más precisos para describir lo que ocurre,  ha corrido por cuenta de J. Habermas  quien, ha dicho que  "la democracia en un país ya no es capaz de defenderse de un capitalismo frenético, que traspasa las fronteras nacionales”, siendo también responsable de definir el estado de cosas del liderazgo y los partidos al referirse a ellos como  que  “Tienen miedo de no conseguir una mayoría y perder el poder. .”. Esta descripción explicaría las razones de la sinrazón o el desinterés de los políticos por los asuntos globales, estando ocupados, como lo están, en resolver la manera de acceder a los presupuestos públicos ganando elecciones nacionales.

Pero si los partidos en el mundo observan casi con indiferencia o sorpresa  a los movimientos ciudadanos emergentes, estos, gracias a las redes, tampoco les han requerido para ser convocados suprimiendo, por ahora, para  expresar una idea o construirla, su intermediación, esencia del régimen político. Como consecuencia de ello un sector importante de la sociedad,  núcleos grandes de ciudadanos, pueden convocarse, declararse o estar en asamblea general sin más prerrequisito que su acceso a las redes ¿democracia directa? La novedad de los movimientos de ocupas e indignados no se encuentra en sus efímeras o gaseosas propuestas, sino precisamente allí, constituyendo, también, otro desafío, inédito, para la democracia.

Las limitaciones del concepto de “ciudadano”, han generado en los últimos años el ascenso del criterio de subjetividad jurídica, el cual ha estado limitado, hasta ahora, al mundo del derecho. Sin embargo esas nuevas expresiones de grupos  ciudadanos  tienen claramente una connotación política, económica o social que le supera. Ejemplos de ella son, en nuestra sociedad, categorías como Jóvenes, Madres cabeza de familia, desplazados, desempleados y otros que encuentran límites en los derechos ciudadanos  formales.

Esas expresiones  políticas, insuficientemente regladas, han buscado un desfogue dentro del sistema en la forma de movimientos ciudadanos generando, fundamentalmente en grandes ciudades, pero también en países, gobiernos que, en ausencia de partidos fuertes, no asumen responsabilidades. Es un caso común en esta época y cobija a grupos disímiles como el partido de la Libertad de Berlusconi o a nuestros trashumantes líderes de movimientos “cívicos”, convertidos en gobernantes, que, pasado breves periodos de tiempo, desaparecen como formaciones políticas.

Nadie puede dudar que la democracia, en el mundo, se encuentre en un periodo de transición en que tenemos más preguntas que respuestas. Tal y como están las cosas, las decisiones las seguirán tomando, casi de la misma manera que en el pasado, quienes ganan las elecciones y acceden a los presupuestos ¿Por cuánto tiempo si se mantiene su aislamiento y una venda en los ojos frente a las nuevas realidades políticas?

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