lunes, 14 de octubre de 2013

Obama y el chantaje al Estado Liberal


Por: Luis Carvajal Basto

Cuando normas como el techo fiscal, que se elaboran con el pretexto del bien común, se convierten en una peligrosa arma en manos de una minoría. Hoy pasa en los Estados Unidos, mañana en cualquier parte.


El asunto se ha planteado de la siguiente manera: Obama retrocede en sus programas de salud, que ampliaron la cobertura a los norteamericanos más pobres, o no se levantará el cierre del gobierno, ni se elevará  el techo de la deuda por parte del Congreso, para cumplir  compromisos y pago de préstamos. Es el veto de los Republicanos.
Las primeras consecuencias han sido la suspensión de 800.000 trabajadores y los efectos que eso tendrá en la confianza, la demanda y el consumo, en un país que comienza, luego de la crisis, a levantar cabeza. Lo que podría pasar, si no se aprueba la elevación del techo de la deuda la semana que comienza, es impredecible para la economía norteamericana y  mundial. En un momento en que los organismos multilaterales sugieren a los Bancos centrales mantener medidas de estímulo para consolidar la salida de la crisis, lo que sucede en USA es un corto circuito que puede desencadenar un gran incendio.
¿Cómo reaccionarán los chinos y los demás  acreedores, ante el no pago de su deuda e intereses? ¿Cómo afectará su reacción a los demás mercados? Etc. Etc.
Establecer límites a los gastos de los gobiernos y su capacidad de endeudarse fue, en algún momento, una manera de poner freno a  los desfases de regímenes  populistas que dejaban hipotecadas las finanzas públicas. Lo que la reciente crisis en la economía nos ha recordado, sin embargo, es que el gasto público, de acuerdo con la fórmula Keynesiana, es la herramienta más poderosa para estabilizar unos mercados que por sí solos no lo hacen o se demoran mucho, aumentando el desempleo y generando  pobreza y desigualdad. La intervención del Estado es, también, una manera de reducir la incertidumbre que facilita la inversión y hace más ciertas las expectativas en que se fundamenta el desempeño y las variables decisivas de la economía.
Este pulso que se libra entre Demócratas y Republicanos puede observarse como el último capítulo entre dos formas de ver el papel del Estado y sus implicaciones van más allá de la circunstancial pugna política en el Congreso. Se trata de su adelgazamiento, como principio, en una discusión que lleva décadas para no decir centurias. La posición Republicana es similar a la que ha propiciado la reducción de los gobiernos en Europa y en otras latitudes. Pocos recuerdan que en 2008, en el furor de la crisis, nadie ponía peros a los gastos  que ahora se quieren recortar, con tal que jalonaran la demanda y  así superar  una burbuja generada, precisamente, por ausencia de supervisión estatal.
Por cierto, a nivel de percepción,  el pulso hasta ahora se salda a favor del presidente Obama quien de manera hábil ha conseguido el castigo de la opinión pública contra los Republicanos: su imagen favorable cayó desde 42% en 2010 hasta 28% la semana anterior y comienzan a recibir presiones, incluso, de empresarios que financiaron sus campañas. Esos empresarios, que por principio quieren un gobierno más pequeño y menos impuestos, han comprendido su importancia y el caos al que podría arribar la economía de mantenerse, a ultranza, las posiciones extremas promovidas desde la minoría del tea party.
Independientemente del desenlace de este episodio, en que el presidente Obama no ha cedido al chantaje, queda la lección acerca de los límites del control político que ejerce el Legislativo en situaciones verdaderamente excepcionales: colocar topes a la capacidad de acción de los gobiernos es renunciar a una herramienta que, en situaciones excepcionales, puede ser indispensable .De otra parte, el “suicidio” colectivo y obligatorio, propio de algunas sectas, al que puede llegar la terquedad de unos pocos, no es, propiamente, una forma de gobierno.

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