lunes, 11 de junio de 2012

Aprendiendo a gobernar



Por: Luis Carvajal Basto

Aunque el alcalde diga lo contrario, una renuncia protocolaria de los secretarios de despacho es una crisis de gabinete ¿Tan diferente es la ciudad que encontró a la que pensó hace cinco meses?, ¿descubrió que con su equipo estaba en el lugar equivocado? O, sencillamente, ¿se anticipa a una revocatoria de su mandato?


La renuncia del miembro más importante del gabinete, a tan corto tiempo de ser nombrado, puede ser un asunto personal, como le sucedió a Antonio Navarro el ex secretario de gobierno de Bogotá. Personal es que dos funcionarios no se comprendan en la forma de trabajar o que alguno encuentre destinos mejores o que se presenten problemas de salud, familiares etc. Puede ser personal pero no deja de ser, cuando menos, sorpresiva, si se tiene en cuenta que de alguna manera y hasta la elección de Petro, Navarro ocupaba un lugar más elevado que él en los “altares” de la izquierda colombiana; ex Ministro, ex Gobernador y dirigente histórico del reintegrado M19.Muchos entendieron su aceptación de la secretaría como una concesión de su parte y su pronta renuncia como un desengaño, aunque fuese “personal”, tal y como la calificaron el mismo Navarro y el alcalde.
En cualquier caso quedan dudas ante los resultados, según los cuales el secretario Asprilla, su sucesor y ex concejal, pasó casi sin discusión el plan de desarrollo que tan solo días antes estaba “vetado” luego de los encontrones entre Petro y el concejo.
Pero la renuncia de los doce secretarios es, claramente, un asunto político, una crisis, aunque el alcalde diga que “Cualquier suposición de crisis, o diferente a lo que aquí he dicho, no es más que desinformación".
La tarea de gobernar, en democracia, es una que requiere la combinación de muchos factores: experticia, conocimiento, comunicación, participación, planeación y control, gerencia, búsqueda de consensos etc., lo cual la revela como diferente a ganar elecciones y no es una cuestión ideológica sino de eficiencia. El proceso Petro se puede modelar de manera sencilla: pasó de denuncios, para ganar las elecciones, a anuncios, para mantener la popularidad y la expectativa ciudadana. ¿Gobierno? Bien poco.
La aprobación del plan de desarrollo de la ciudad fue la segunda “medida de aceite” a la actual administración. La primera fueron las sucesivas encuestas que han mostrado la inconformidad ciudadana. El cambio de gabinete es una reacción a las dos, buscando evitar que las cosas maduren hasta llegar a una tercera que podría ser la revocatoria de su mandato, más ahora que la Ley reduce las condiciones para proponerla y desarrollarla. En ese sentido puede ser una decisión tomada antes de que las circunstancias lo arrollen, pero en todo caso es un “mea culpa”, un reconocimiento de que las cosas no iban por donde, a su parecer, debían dirigirse, en lo que la opinión pública está de acuerdo.
Todo parece indicar que en la aprobación del plan el alcalde llegó a algunos consensos con la clase política o consigo mismo que se traducen en la crisis de gabinete, lo cual es un resultado natural de los procesos políticos, aunque el diario El Tiempo, en un editorial, señale que criticó a las políticos para terminar haciendo lo mismo que ellos. Otra frase del mismo alcalde podría explicar mejor la cosa “La petición de renuncia a los miembros del gabinete que he hecho tiene como objetivo evaluar y hacer ajustes de cara a la ejecución del plan”.
Desde otro punto de vista, le resultaba impracticable combinar el cuestionamiento de la opinión, cómo lo han medido las encuestas, simultáneamente con la confrontación con los políticos, decidiéndose por un plan concertado, aunque para ello debiera sacrificar primero a Navarro y luego a buena parte de su gabinete. Los resultados se empiezan a observar: muchos concejales olvidaron que el plan estaba desfinanciado antes de que el alcalde le pidiera los puestos a sus secretarios.
En todo esto, no debemos ignorar que la ciudad, con una población y un presupuesto superior a más de setenta países, se encuentra aun en una crisis cuyo último capítulo son los llamados carruseles de la corrupción a los cuales no se llegó de manera accidental: La improvisación en la gestión pública no es una exclusividad del alcalde Petro sino un común denominador de los países con baja madurez institucional.
En el caso de Bogotá, vale recordar que llegamos hasta aquí después de episodios como el de Transmilenio y un descrédito del liderazgo político que se refleja en el caos de su sistema de transporte pero también en una participación electoral significativamente inferior al promedio nacional. El mismo Petro fue elegido con menos del 33% de los votos. ¿Cuantos le quedarán?

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