lunes, 1 de agosto de 2011

Obama ante el caos


Por: Luis Carvajal Basto

Mientras el mundo parece encontrarse en las vísperas de una nueva crisis, sin salir del todo de la anterior, el Presidente de los Estados Unidos se ha debatido entre saltarse al Congreso o no hacerlo.

Por si no fue suficiente la crisis de 2008-2009 quienes habitamos este planeta nos encontramos, otra vez, en el filo de un precipicio. La situación de Grecia, España e Italia está poniendo a prueba no solo la capacidad de los gobiernos sino el proceso ejemplar de integración que iniciaron en la década del 50. Prestamos a los endeudados a cambio de Soberanía, parece la fórmula posible. Estandarización de la hacienda pública, lo que, de suyo, no es tan negativo. En la perspectiva de la unidad Europea, puede ser una oportunidad.

Pero si en Europa llueve, en América no escampa. Para los Latinoamericanos resulta por lo menos paradójico que los países de economías más fuertes y avanzadas, generalmente fabricantes de las recetas que por décadas hemos aplicado para nuestro consumo, hubiesen inducido tantas variaciones a los fundamentos del sistema económico y la función del estado. Primero, dejando hacer tanto, y tan libremente, a los propios empresarios de burbujas y ahora, promoviendo, desde sus mismas pugnas políticas, en el congreso de los Estados Unidos, los cimientos de una nueva catástrofe.

Lo ocurrido allí reafirma que las relaciones entre política y moral están embolatadas y que por encima de los intereses de Estado se encuentran los de cada político o Partido. Pareciera imperar la teoría del pasajero ambicioso al que no le importa que el avión en que vuela se desplome “porque no es suyo”.

Ante la inminencia de una cesación de pagos por parte del gobierno y los terribles efectos que ello ocasionaría en todas partes del mundo, la preocupación de demócratas y republicanos no pareció ser la crisis en ciernes sino echar la culpa al otro de lo que se podría venir. Los republicanos se han debatido entre rechazar el incremento del techo de endeudamiento o aprobarlo, con sus mayorías en la cámara, colocando tantas cortapisas que resultaría inaceptable para el gobierno y un senado mayoritariamente demócrata.

El aumento de la capacidad de endeudamiento del gobierno es plenamente justificable si se considera el déficit que el Presidente Obama recibió de su antecesor o el inmenso esfuerzo, a la manera de préstamos y gasto público, que debió ejecutar para superar la pasada crisis. Pocos parecen recordar que hace apenas tres años la esperanza era el incremento del gasto, el mismo que ahora no tiene con qué pagar y que sectores republicanos no le quieren autorizar, poniéndole contra las cuerdas.

Si el gobierno de los Estados Unidos no conseguía una autorización de endeudamiento satisfactoria, lo que se vendría, entre otras cosas, sería el cese de sus pagos, un aumento del riesgo país (el mismo que está disminuyendo en Colombia) y una distorsión en las tasas de interés reduciendo el margen de maniobra de la reserva Federal. Los efectos en el mundo, aparte del impacto sobre la deuda con China, habrían sido aterradoramente impredecibles.

Al conjurar esta crisis, al menos temporalmente, podremos sentarnos a esperar cuando estallará la próxima, no creada por las fuerzas desatadas del mercado sino por las desmedidas ambiciones de los líderes políticos. La carta que se jugó Obama, al convocar a los electores para presionarlos, parece haber surtido sus efectos. Una vez más la información abundante y Libre es el mejor argumento para detener los excesos e incongruencias de las ramas del poder.

Aunque la bancada republicana esté dispuesta a todo para impedir la reelección de Obama; aun cuando aun no defina todavía un candidato para las elecciones que se vienen, lo que podría estar incubando por anticipado es su derrota. El electorado, más temprano que tarde, pasaría factura. Esta no es una discusión filosófica acerca de no aumentar impuestos y reducir el gasto público. Parece lo que es: una pugna política en que a algunos no les preocupa llevarse por delante la estabilidad del mundo. Por ello, el Presidente Obama debió recurrir, como se lo sugirió el ex Presidente Clinton, a la enmienda Constitucional que le faculta para tomar una decisión unilateral. Somos demócratas no imbéciles, decimos en América Latina.

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