lunes, 15 de agosto de 2011

¿La mala hora del Estado Liberal?


Por: Luis Carvajal Basto

La irrupción de los jóvenes en España, Inglaterra y Grecia, como en Chile y en otras latitudes, demuestra el carácter global de su inconformidad. Sin embargo, este 2011, ha sido también el año de las revueltas Árabes reclamando Democracia, lo que reafirma la vigencia del régimen político, pero con nuevas reglas.

Durante el siglo 20 la democracia, el régimen político que sucedió a las monarquías, demostró su vigencia a prueba de fantasmas, como el de Carlos Marx, en sus versiones estalinistas o populistas. La desaparición de las dictaduras con esos ropajes, una tras otra, pareció darle razón a Fukuyama al proclamar el fin de las ideologías. Incluso, el capitalismo estatal Chino tuvo que conceder prerrogativas enormes a la Libertad de empresa para sobrevivir. Pero las sociedades, que se mueven y transforman al igual que la tierra, anuncian transformaciones despuntando este decenio.

Los indignados en España, los marginados ingleses y los inéditos protestantes israelíes, no se identifican en sus solicitudes más que en la insatisfacción con ese régimen político, lo cual recuerda que la categoría Ciudadano, y los derechos y deberes inherentes a ella, no parecen suficientes para reconocer nuevas realidades a estas alturas de la democracia digital, de hecho, que proporcionan las nuevas tecnologías. ¿Mítines partidistas o democracia directa utilizando las redes sociales?, por ejemplo.

Puede decirse que los objetivos de esta oleada de protestas no son globales pero tienen muchos elementos en común, además de los tecnológicos que piden cambios en las formalidades del sistema político. No es el fin de los Partidos pero sí una expresión masiva de nuevas formas de participación política. Nadie duda que la Soberanía popular dependa de las mayorías. Pero ¿Votan quienes protestan en las redes sociales?, depende, pero que participan, seguro.

Las teorías del Derecho y el Estado han incorporado el concepto de “Subjetividad Jurídica” para reconocer intereses de sectores de personas que ameritan complementación y/o diferenciación con la categoría de Ciudadano. Puede ser una válvula de escape para las presiones que genera tanta acumulación de frustraciones. Sin embargo, la insatisfacción muestra que la elaboración teórica y su transformación en reglas, van más despacio que la evolución política. Vale recordar, como ejemplo, un episodio de la protesta de los indignados en España: mientras los jóvenes atendían el discurso inteligente de Paul Krugman, megáfono en mano, los dirigentes del Partido Popular trataban de congraciarse con ellos haciendo lo posible por encaminarla contra Zapatero. Nuevas ideas contra viejas mañas. Rosas y bagazo. Dos universos.

No en vano hemos llamado a esta la sociedad de la información. Cada vez más, en todas partes del mundo, nos aproximamos a conocer, simultáneamente, lo que todos conocen. ¿Quién no se da cuenta del desastre que ocasionan los especuladores en los grandes mercados, responsables ahora de las sucesivas crisis? ¿O las ambiciones de políticos en los Congresos de todas partes, como en Estados Unidos, donde los Republicanos hacen lo posible por llevar el gobierno a la quiebra para endosarla a los Demócratas?

No faltan quienes han aprovechado el momento para proclamar el agotamiento del Estado Liberal, poniendo en la mesa una recurrente utopía neoliberal, pero también anarquista, de una sociedad sin Estado ni autoridad. En los países con crisis económica, la culpa es de los gobiernos, que “gastan mucho”. De manera oportunista, olvidan que la redistribución del ingreso es un pilar de convivencia y funcionamiento armónico de la sociedad. El gasto del Estado, el mismo que nos permitió afrontar la crisis de 1930, pero también la de 2008, es ahora estigmatizado. ¿Desaparecemos al Estado, o lo dejamos solamente para apagar los incendios cuando el sistema entra en crisis?

Estamos asistiendo a un periodo de grandes transformaciones. El ajuste del sistema político es una consecuencia inaplazable del desarrollo tecnológico. Pero la autoridad del Estado, su intervención para reducir desequilibrios y desigualdades y la vigencia de la democracia, a pesar de la corrupción generalizada, no pueden ponerse en duda. ¿Qué más quisieran estos bárbaros de nuestros tiempos, ladrones de cuello blanco y de los otros, políticos corruptos, especuladores de Wall Street, narcotraficantes y dictadores?

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