lunes, 18 de febrero de 2013


Reforma o remiendo?

Por: Luis Carvajal Basto

El cambio de las reglas del juego de la política, en un año pre electoral y cuando se inician campañas, es un acto de chapucería y oportunismo en un país que requiere actualización pero también otorgar confianza y estabilidad a su estructura Institucional.

La propuesta de una nueva reforma política, esta vez con el pretexto de “salvar” a los partidos que no alcanzarían el umbral, es francamente indecente. Las sucesivas reformas han tratado siempre de atender los problemas del momento, pero no los del régimen político o los del desarrollo institucional, si no los que plantean las necesidades de algunos políticos que consideran, con ellas, conseguir algún tipo de giro electoral a su favor; a conveniencia.
Propósitos importantes para nuestra vida como Nación son el fortalecimiento de los partidos y de la democracia. Una inmensa tarea pendiente es el aumento de los niveles de participación o la vinculación de sectores de población, que no lo hacen, a las decisiones que involucran a todos y en la vigilancia, el control e incluso la ejecución de los recursos públicos, como lo ordena la constitución.
El desarrollo tecnológico impone otro tipo de actualizaciones. Gobernantes caprichosos toman grandes decisiones que afectan la vida de todos sin tomarse la molestia de auscultarlas, sin tener en cuenta que una consulta a la opinión se encuentra, apenas, a un clic de distancia. Ocho de cada diez colombianos tiene acceso a internet, según una reciente encuesta de Mintic, pero eso no se refleja en las normas que deben buscar la participación de la ciudadanía la cual no necesariamente está restringida a las formas tradicionales. El voto electrónico sigue siendo una terea pendiente y urgente. Internet abrió nuevas formas de expresión a la política cuyos fundamentos están en la Constitución pero no en las Leyes que la desarrollan. ¿Se puede hablar de otra reforma política que no tenga en cuenta la revolución de las telecomunicaciones? Probablemente, pero será, de entrada, por lo menos obsoleta y seguirá manteniendo por fuera del sistema político a la mitad de la población que no participa.
Por otra parte, no es serio reincidir o premiar a los sectores expertos en acomodarse a cada circunstancia institucionalizando el voltiarepismo o transfuguismo que acaba de desacreditar la política. Por ejemplo, no pueden quejarse de no acceder al umbral los llamados Verdes que obtuvieron una alta votación en las pasadas presidenciales. Lo que les ocurre puede ser consecuencia de una ambigüedad que no permite definir si se encuentran en el gobierno o en la oposición, pero eso pertenece a su propio fuero. No se pueden hacer remiendos al régimen político o cambiar de partido cada vez que un movimiento pierde parte de su caudal electoral o supone que ello ocurrirá.
Sin embargo, lo que sucede llama la atención acerca del trato y la coherencia de las reglas que se refieren a las fracciones dentro de los partidos. Tampoco se puede, cada vez que algún ciudadano o sector, más o menos popular, se sienta “maltratado” dentro de un partido, premiarle con la patente de uno nuevo. Es casi peor que negarle garantías dentro de su formación política, lo cual ocurre, desafortunadamente, con frecuencia.
Una reforma política a estas alturas, sin mediar circunstancias excepcionales, significa acoger las prácticas de la conveniencia particular e inmediatez que la misma coalición de gobierno criticó en el pasado. No pueden ser convenientes ahora mientras que antes, en circunstancias similares, no lo fueron. ¿Quién les va a creer a estos políticos-marionetas? El costo más grande, sin embargo, corre por cuenta de la estabilidad y confiabilidad del sistema político, que es de todos pero no es de nadie. ¿Quién protege el interés general? Esperemos la lucidez necesaria de algunos congresistas.
¿Más remiendos? Claro que necesitamos reformas de fondo para actualizar, dotar de los recursos necesarios, buscar mayor participación y mejorar la legitimidad del sistema político, pero no convertirlo en una cobija de retazos. Vale recordar que “quien remienda no estrena” y en este campo, estamos demorados en poner en práctica las inmensas posibilidades que brinda nuestra Constitución.

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