lunes, 2 de enero de 2012

NUEVO ALCALDE EN BOGOTÁ


Bogotá con Petro

Por: Luis Carvajal Basto

El nuevo alcalde asume la tarea de enderezar el rumbo de una ciudad que ha perdido brillo pero cuyos dos gobiernos anteriores, incluido el que cuestionó recientemente, fueron elegidos por la misma corriente de opinión que le respaldó.

La ciudad que encuentra el nuevo alcalde no le es desconocida: acompañó la elección de Luis Garzón y el inicio de su campaña estuvo centrado en los cuestionamientos a la contratación y el destape de la corrupción que, como lo ha señalado  la semana anterior la contraloría, comenzó justamente con la adjudicación de la fase tres de Transmilenio en esa administración. El hecho de que su movimiento se llame ahora “progresistas”, no descarta y, por el contrario, aumenta sus responsabilidades éticas, morales y políticas. Es, también, una oportunidad para demostrar que las fuerzas llamadas de izquierda pueden administrar bien los recursos públicos y ejercer la autoridad de manera propositiva.
Si algo  probaron los escándalos de corrupción en Bogotá, es que a esta le resultan indiferentes las ideologías. Podemos suponer, con optimismo, que a la buena administración, también. Los ciudadanos, incluso quienes no votamos por él, tenemos derecho a esperar y reclamar una buena gestión en que el sistema funcione y no dependa solo de la voluntad del alcalde. Debemos hacer lo posible para que a la ciudad le vaya bien.
Los retos son múltiples, pero la ciudadanía espera con urgencia mejoras en infraestructura, movilidad y seguridad. Debemos decir que, hasta ahora, el sistema de recaudos funciona y las finanzas de la ciudad mantienen, a pesar del desangre, su solidez. La gente sigue pagando impuestos aunque ahora conoce más lo que se ha hecho con ellos. Detrás de costosas campañas publicitarias que promovían logros en gestión, se ha empezado a descubrir, agazapado, el verdadero rostro de quienes esquilman el erario.
Deberá refrendar el alcalde el discurso anti corrupción que le catapultó, contando para ello con una herramienta que ha pasado inédita en los dos gobiernos que le preceden: la Veeduría distrital, entidad increíblemente sorprendida por los escándalos en la contratación. El Veedor existe para filtrar la mala gestión en sus orígenes, para prever los focos de corrupción y anticiparse, porque cuenta con los instrumentos para hacerlo, el primero de ellos la autoridad y el interés del mismo alcalde, quien lo designa. Por demás, debe propender por una buena gestión, necesitando investirse de la confianza y autoridad administrativa requeridas. Cualquiera que vea con objetividad nuestro pasado reciente, comprenderá que es uno de los cargos más importantes a proveer. Para un alcalde no vale la excusa de  “no sabía”; nada lo excluye de su responsabilidad.
Sin embargo, el ordenamiento legal estipula que el control debe ejercerlo el concejo en el cual se estima la conformación de una coalición mayoritaria que, todo parece indicarlo, excluirá a la U y al Polo. Esa coalición, con la influencia del alcalde aunque se diga lo contrario, tiene la tarea de escoger Contralor y Personero. Sería un error imperdonable que se repitieran los errores del pasado. Después de dos contralores destituidos en línea la ciudadanía espera que algo cambie y los concejales deben considerar el mensaje ciudadano que les “castigó” con 300000 votos en blanco en las pasadas elecciones y  una tasa de participación un 10% más baja que el promedio nacional. Nada de esto puede ser indiferente al alcalde ni a los concejales que le acompañarán.
Pero lo urgente para Bogotá, no puede  desaparecer de su agenda lo importante: la ciudad requiere  una actualización del estatuto orgánico que ya cumplió su mayoría de edad y adolece, como muchas normas, de obsolescencia tecnológica. Por demás, ni la ciudad ni el país son los mismos y la política, así como las formas de corrupción, tampoco. Esta es una tarea que debe asumir Bogotá con el liderazgo del alcalde, asociado con el gobierno nacional.
Puesto en el momento preciso en que ya empezó a descubrir que ganar elecciones es una tarea diferente a gobernar, el nuevo alcalde comprenderá que una buena administración no depende solo de discursos, carga ideológica y denuncias. Conducir macro organizaciones es diferente al liderazgo electoral. Esperemos que el aterrizaje sea rápido, que su equipo funcione y que, por el bien de todos, le vaya bien.

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