lunes, 3 de diciembre de 2012

El efecto La Haya



Por: Luis Carvajal Basto

El inexplicable e injusto fallo de la Corte de Justicia ha puesto ante nuestros ojos realidades de la política internacional que no nos gusta ver, pero existen.



El asunto confronta, como nunca antes, dos formas de ver las relaciones entre países: las que deberían ser y las que, en realidad, existen. El realismo político. En un mundo en que algunas prácticas de la globalización confrontan la existencia misma del Estado Nación, por cuenta de su debilitamiento fiscal, las limitaciones nacionales de sus decisiones de política y política económica, entre otros factores, resultaba difícil esperar un fallo salomónico en que la realidad de dos naciones tan similares pero tan diversas, sus derechos y su historia, se vieran reflejadas. La vieja estratagema de pedir mucho para recibir la mejor “oferta” le dio a Nicaragua resultados. Colombia solo reclamaba una justicia justa que, quedó demostrado, tampoco existe, al menos en la corte de La Haya.
El asunto de fondo es que las reglas de las relaciones entre naciones, después de la globalización, están por escribir. El pacto de Bogotá, al que en buena hora hemos renunciado, por ejemplo, tiene más de sesenta años. Ya no nos comunicamos con teletipos ni los Estados, incluidos los más poderosos, tienen las capacidades que entonces tenían. Entre tanto los conflictos, se encuentran lejos de desaparecer. Parece extraño, sin embargo, que en plena época del GPS existan fronteras sin delimitar, pero eso se explica por la escasa capacidad de Estados que han debido afrontar asuntos más urgentes aunque no tan importantes, como observamos ahora.
Aunque resulte difícil reconocerlo, las fronteras, en general, son resultado de conflictos y posiciones de fuerza y los territorios siguen siendo un factor limitado con tendencia a ser, cada día, más escaso. Y en ellos vivimos seres humanos organizados en Naciones. Si somos una, resulta obligatorio defender nuestros derechos ante los más fuertes pero también ante los “débiles”, como parece ser este caso. No caben afirmaciones de “nacionalismo depresivo”, que en realidad son una pobre manera de justificar la desidia e irresponsabilidad de un sector de nuestra dirigencia que nos trajo hasta el fallo. En este punto vale recordar que internacionalistas como el ex Presidente López, advirtieron en su momento la inconveniencia de llevar el asunto a la Haya.
Nuestra Constitución se refiere a tratados, como ha expresado el presidente Santos. El fallo de la Haya debe dar lugar a uno, ahora que el de Esguerra-Bárcenas no fue suficiente para el gobierno de Nicaragua, como no lo es el actual fallo para Colombia. No se trata de crear un conflicto sino de evitar fricciones y escalamiento de un problema que a ninguno de nuestros países conviene, pero tampoco de legitimar una acción que no tiene sustento, más allá del juicioso trabajo del delegado de Nicaragua y experto en cabildeo, señor Carlos Arguello, frente a la ineficiente labor de nuestro locuaz experto, el señor Fernández de Soto. ¿Intervinieron empresas interesadas en la licitación promovida por el gobierno Ortega? Nadie lo sabe, pero el rumor existe. ¿Qué Ortega no quiere un tratado? Será el único responsable de lo que ocurra. Es lo que conviene a las dos Naciones y a toda América. Colombia, teniendo argumentos para hacerlo, no ha reclamado la Costa de Mosquitos, por ejemplo.
El fallo es un hecho político aunque no corresponda a la realidad histórica ni a la actual, pero sus consecuencias y las relaciones con Nicaragua deben ser reguladas por ese nuevo tratado, como corresponde a naciones civilizadas. Confiemos en que el actual gobierno de Nicaragua atienda el llamado del Gobierno de Colombia y abandone la diplomacia de micrófono y las declaraciones pendencieras. La invitación a terceros países a realizar ejercicios navales en aguas que en realidad son internacionales (el fallo solo reconoce derechos económicos) no puede entenderse sino como una provocación.
En las actuales circunstancias son importantes las comunicaciones con los gobiernos de Guatemala, Honduras y Costa Rica y valdría la pena conocer el estado de ánimo del Presidente Chávez frente al tema. Los venezolanos no entenderían que en un asunto como este respalde la pretensión nicaragüense.
El gobierno de Colombia ha iniciado un proceso tranquilo pero firme, para afrontar los efectos de la decisión de la Corte de La Haya. Ha sido positivo observar que, con excepciones como la señalada arriba, el espíritu de unidad frente a este tema recoge el sentir de todos los colombianos. Colombia ha sido, históricamente, un celoso defensor del derecho internacional y el respeto a los tratados. Un fallo injusto nos ha colocado en posición de entender que una cosa es el mundo, como debería ser, idealmente, y otra la realidad política. Confiemos en que sabremos afrontar las consecuencias de tanto realismo.
@herejesyluis
Posdata: a propósito de derechos y de historia, el Himno Nacional debe modificarse para corresponder a la verdad histórica. Los Centauros indomables, colombianos y venezolanos, no descendieron a los Llanos sino que venían de allí. ¿Alguien lo duda?

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