Por: Luis Carvajal Basto
La paradoja de quien siempre reclamó más espacios democráticos, pero amenaza con gobernar "por decreto".
No es cuestión de gustos: para muchos que acceden al gobierno consiguiendo el favor popular, está claro que una cosa es ganar elecciones y otra gobernar. Un ejemplo para mostrar es el del alcalde de Bogotá, quien desde sus épocas del M 19 consideró que su concepción de democracia no cabía en el esquema institucional de entonces, algo similar a lo que deben pensar quienes observan, sorprendidos, su anuncio de que gobernará sin consensuar o poner a prueba sus decisiones en el concejo de la ciudad.
Aun cuando es verdad es que el estatuto orgánico de Bogotá, que ya cumple 20 años y acusa obsolescencia, está diseñado para limitar la coadministración por parte del concejo que, hasta entonces, participaba incluso en las juntas directivas de las empresas públicas convirtiéndolas en un nido de corrupción y politiquería, también es cierto que una actualización del estatuto requiere de más esfuerzos en el congreso que en el concejo. El asunto es que, en los dos escenarios, Petro perdería y, con él, la ciudad.
Desde el punto de vista político la conformación de una coalición mayoritaria de oposición puede interpretarse como su primera derrota, con la cual pierde de paso la posibilidad de mejorar su discreta gobernabilidad: no podemos olvidar que fue elegido con apenas el 32% de los votos en una ciudad en que la participación en la elección de alcalde fue inferior en un 10% al promedio en el país. De mantenerse la coalición, que es la misma de unidad en el gobierno nacional y tiene mayorías en el congreso, habrá escogido el camino de un aislamiento que puede no convenirle. Por otra parte, habrá graduado de opositores a sectores que pudieron ser sus aliados.
En este proceso se ha criticado la decisiva, por equivocada en cuanto a resultados, actuación del secretario Navarro al ofrecer participación en el gobierno a los sectores políticos que ahora están en la oposición. En honor a la verdad, es lo que hacen todos los gobiernos y no es negativo que estos ofrecimientos se hagan por encima de la mesa y de frente a una opinión que así conoce a que partidos pertenecen los funcionarios quedando los ciudadanos en condición de premiarles o castigarles de acuerdo con su gestión.
Pero la actuación de Navarro, arroja un saldo negativo: si en verdad quería una coalición mayoritaria debió concretarla antes de la designación de un gabinete en el que es justamente él quien acredita mayor experiencia aunque no, como queda demostrado, en asuntos y política del distrito.
La hora de la verdad, para alcalde y concejo, será el momento de elección de contralor y personero. Si la coalición se mantiene, como es de esperar, sus suertes estarán jugadas para los próximos cuatro años en los que a Petro le quedan como recursos la fuerza de los decretos y una cambiante opinión, de acuerdo con una encuesta publicada la semana anterior.
Si hablamos solo de corrupción, su divorcio con el concejo no es necesariamente inconveniente para la ciudad, pero si se trata de grandes proyectos, como ALO, Metro, Transmilenio, vivienda etc., no caben caprichos y la falta de sincronismo con concejo y congreso será un alto precio que los ciudadanos pagaremos. La terquedad de un alcalde podría, aunque no esté probado, convenir a su imagen pero perjudica el sentido estratégico de planeación en proyectos que exigen continuidad y el interés de todos. En el caso de ALO se perderían millonarios recursos de la nación y el distrito.
No parece democrático cerrar los canales para la concertación entre fuerzas que deberían mantener asuntos de interés general o estratégicos, por fuera de las naturales pugnas políticas, dando lugar a la paradoja según la cual un demócrata, como Petro se ha definido a sí mismo, termine gobernando como cualquier dictador, parapetado en la autoridad de sus decretos. Todavía no es tarde para enderezar, alcalde. El camino estéril de la imposición, contrario al de la deliberación y la controversia, no tiene retorno.
Posdata: Del Libertador (cuyo retrato, en buena hora, ha sido colgado en el despacho del alcalde para lo cual no necesitaba quitar el de Don Gonzalo Jiménez) en 1828: ¡Compadezcámonos mutuamente del pueblo que obedece y del hombre que manda solo!
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